lunes, 24 de junio de 2013

YA NUNCA MÁS SONARÁS A BANDONEÓN

Está seco el frío y la avenida huele a maní tostado.
Bajo:
En el subte mi tía pide ayuda con mi primo discapacitado en silla de ruedas.
—Tía, tía, soy yo, Miguel. Me abraza.
—Dale un beso a tu primo, Miguel. Estoy segura que te reconoce.
Mi primo me deja en la cara un hilo de saliva con olor agrio.
—Tía, creo que es mejor si vas a un centro de asistencia social, ahí te pueden ayudar.
—Ayudar, já. ¿Hace mucho que volviste?
—Maso, menos de un año.
—Miguel, haceme un favor, cuando veas a tu Papá decile que me llame, me gustaría hablar con mi hermano.
—Mi viejo murió hace dos años, tía.
Me pregunta de qué y se queda callada. Gira la cabeza mirando por la puerta hacia las vías.
Subo:
Tengo tiempo. Tengo ansiedad. Tengo hambre.
Dos porciones de muzzarela.
—Paso al baño, jefe.
Entro. Trabo la puerta y me siento. Está toda escrita:
Enrique masajea tu escroto 15-5…, Aguante el rojo. Aquí yacen los restos de este gran sorete que luchó valientemente para salir del ojete. Capacidad máxima de este inodoro: 3 teresos medianos. A Julito lo mató la policía. Vencedores vencidos.
Me incomoda que “máxima” esté escrito con acento, y que haya dos puntos. Los que escriben con acentos y sin faltas de ortografía en un baño público no tienen alma. Pura estética, una basura.
Sigo:
Esta vez camino por la calle para evitar la vereda, en dirección contraria al tránsito. Buenos Aires está superpoblada, por donde uno mire hay gente, mucha gente.
Como tantas otras veces, me acuerdo de aquella charla con mi compañero de trabajo marroquí, cuando vivía en el extranjero:
—¿Por qué volvés a Buenos Aires?
—Tengo ganas de tener cerca a mi familia y a mis amigos.
—Los amigos no te dan de comer, mon ami. Me parece que no entendiste nada.
 Jujuy y Alsina:
—Quiero aunque sea llorar para ver si puedo mover un pedazo de mi corazón paralizado. Quiero una chica que haya llevado su hippismo hasta el punto más boludo y se haya avergonzado. Una piba que me cuente la historia desde adentro. Que se ría de su tatuaje de los Guns and Roses mal hecho en la espalda. Que haya pateado los eneros de parque patricios. Que se burle de mí con cariño y me abrace.
—Yo tengo todo eso, pero también tengo manija.
Pitulín, pitulín, pitulín, que lindo que tú eres travestín.
Chacarita:
A media cuadra de la entrada del edificio la veo a mi Mamá salir. Camina en mi misma dirección. No me ve. Se está poniendo viejita. Me dan ganas de hacer un pique corto e ir a abrazarla. No lo hago. Ahora puedo abrazar a mi madre cuando quiero, vieja querida.
Puerta del edificio:
El vecino Ricardo me reconoce. Asegura verme siempre igual.
—Por fuera, claro. Uno nunca sabe qué pasa por dentro. ¿Cuánto tiempo estuviste allá, cerca de diez años si no me falla la memoria, no?
—Por ahí. ¿Vos, en qué andás?
—Estoy viviendo con mi novia en San Justo. Vengo a ver a mi Mamá una vez por semana. Qué va a hacer, no se muere más la vieja. Vos sabés muy bien que a mí esta tipa me cagó la vida.
Pero yo no sé nada. Ricardo se confunde, cree haberme contado algo acerca de su madre. Nos despedimos sin contacto físico.
Departamento:
Se escucha desde otro departamento un bandoneón. Me acerco a la ventana. Es el tango desencuentro de Troilo, cantado por el polaco Goyeneche. Reconozco el disco porque lo escuché miles de veces: colección de oro del polaco, con Juanjo Domínguez. No me produce nada. Con el bandoneón no manifiesto ni siquiera un mínimo goce, tampoco con la voz del polaco. Me siento en la cama que me improvisó mi madre en su minúsculo departamento. No escuches a tu corazón si querés ser feliz, anoto en la computadora y, después de un punto y aparte, arranco una historia que empieza con un tipo soportando los delirios de una treintañera que le dice que sólo basta saltar y bailar para ser feliz. El personaje intenta saber algo más, la pincha un poco para saber qué piensa de los prejuicios sociales que hay sobre las treintañeras que todavía no se casaron y no tuvieron hijos, pero la mina patea la pelota para el lado del sol, de la luna,  de la belleza del universo. En un momento, el tipo se dice: “Tolerar, tolerar mucho para garchar más”, y ahí nomás se da cuenta que tolerar mucho para garchar más representa en su esencia lo mismo que sólo basta cantar y bailar para ser feliz. A medida que voy escribiendo me aburro de los personajes, entonces abandono, borro todo. Todo no, acá hay algo escrito.