Está seco el
frío y la avenida huele a maní tostado.
Bajo:
En el subte mi
tía pide ayuda con mi primo discapacitado en silla de ruedas.
—Tía, tía, soy
yo, Miguel. Me abraza.
—Dale un beso a tu primo, Miguel. Estoy segura
que te reconoce.
Mi primo me deja
en la cara un hilo de saliva con olor agrio.
—Tía, creo que
es mejor si vas a un centro de asistencia social, ahí te pueden ayudar.
—Ayudar, já. ¿Hace
mucho que volviste?
—Maso, menos de
un año.
—Miguel, haceme
un favor, cuando veas a tu Papá decile que me llame, me gustaría hablar con mi
hermano.
—Mi viejo murió
hace dos años, tía.
Me pregunta de
qué y se queda callada. Gira la cabeza mirando por la puerta hacia las vías.
Subo:
Tengo tiempo.
Tengo ansiedad. Tengo hambre.
Dos porciones de
muzzarela.
—Paso al baño,
jefe.
Entro. Trabo la
puerta y me siento. Está toda escrita:
Enrique masajea
tu escroto 15-5…, Aguante el rojo. Aquí yacen los restos de este gran sorete
que luchó valientemente para salir del ojete. Capacidad máxima de este
inodoro: 3 teresos medianos. A Julito lo mató la policía. Vencedores vencidos.
Me incomoda que
“máxima” esté escrito con acento, y que haya dos puntos. Los que escriben con
acentos y sin faltas de ortografía en un baño público no tienen alma. Pura
estética, una basura.
Sigo:
Esta vez camino
por la calle para evitar la vereda, en dirección contraria al tránsito. Buenos
Aires está superpoblada, por donde uno mire hay gente, mucha gente.
Como tantas
otras veces, me acuerdo de aquella charla con mi compañero de trabajo marroquí,
cuando vivía en el extranjero:
—¿Por qué volvés
a Buenos Aires?
—Tengo ganas de
tener cerca a mi familia y a mis amigos.
—Los amigos no
te dan de comer, mon ami. Me parece
que no entendiste nada.
Jujuy y Alsina:
—Quiero aunque sea llorar para ver si puedo mover un pedazo de mi corazón paralizado. Quiero una chica que haya llevado su hippismo hasta el punto más boludo y se haya
avergonzado. Una piba que me cuente la historia desde adentro. Que se ría
de su tatuaje de los Guns and Roses mal hecho en la espalda. Que haya pateado
los eneros de parque patricios. Que se burle de mí con cariño y
me abrace.
—Yo tengo todo
eso, pero también tengo manija.
Pitulín, pitulín,
pitulín, que lindo que tú eres travestín.
Chacarita:
A media cuadra
de la entrada del edificio la veo a mi Mamá salir. Camina en mi misma
dirección. No me ve. Se está poniendo viejita. Me dan ganas de hacer un pique
corto e ir a abrazarla. No lo hago. Ahora puedo abrazar a mi madre cuando
quiero, vieja querida.
Puerta del edificio:
El vecino
Ricardo me reconoce. Asegura verme siempre igual.
—Por fuera,
claro. Uno nunca sabe qué pasa por dentro. ¿Cuánto tiempo estuviste allá, cerca
de diez años si no me falla la memoria, no?
—Por ahí. ¿Vos,
en qué andás?
—Estoy viviendo
con mi novia en San Justo. Vengo a ver a mi Mamá una vez por semana. Qué va a
hacer, no se muere más la vieja. Vos sabés muy bien que a mí esta tipa me cagó
la vida.
Pero yo no sé
nada. Ricardo se confunde, cree haberme contado algo acerca de su madre. Nos
despedimos sin contacto físico.
Departamento:
Se escucha desde
otro departamento un bandoneón. Me acerco a la ventana. Es el tango
desencuentro de Troilo, cantado por el polaco Goyeneche. Reconozco el disco porque
lo escuché miles de veces: colección de oro del polaco, con Juanjo Domínguez. No
me produce nada. Con el bandoneón no manifiesto ni siquiera un mínimo goce,
tampoco con la voz del polaco. Me siento en la cama que me improvisó mi madre
en su minúsculo departamento. No escuches a tu corazón si querés ser feliz,
anoto en la computadora y, después de un punto y aparte, arranco una historia que
empieza con un tipo soportando los delirios de una treintañera que le dice que
sólo basta saltar y bailar para ser feliz. El personaje intenta saber algo más,
la pincha un poco para saber qué piensa de los prejuicios sociales que hay
sobre las treintañeras que todavía no se casaron y no tuvieron hijos, pero la
mina patea la pelota para el lado del sol, de la luna, de la belleza del universo. En un momento, el
tipo se dice: “Tolerar, tolerar mucho para garchar más”, y ahí nomás se da
cuenta que tolerar mucho para garchar más
representa en su esencia lo mismo que sólo
basta cantar y bailar para ser feliz. A medida que voy escribiendo me
aburro de los personajes, entonces abandono, borro todo. Todo no, acá hay algo
escrito.