Después de una triste separación con mi ex novia, que no me voy a gastar en contar, decidí irme a pasar unos pocos días a mi casa en Mar talaya. Éramos cerca de una decena de personas desparramadas por los casi ciento cincuenta metros cuadrados que tiene la vivienda. En una de las habitaciones, compartíamos una grata charla con unos viejos amigos que no veía hacía ya mucho tiempo. Me sentía bastante contento. El hecho de haberme ido a pasar aquellos días, me estaba empezando a caer muy bien. Mientras charlábamos, se me acercó Beno, el hermano de un gran amigo con el cual he pasado muy lindos momentos. Me dijo que en la puerta de la casa había una muchacha pelirroja que los dos conocíamos. Fui hasta allá y la vi, era ella. La había observado caminar por la playa el día anterior. Era una criaturita hermosa, tenía un pantalón fino negro que le encajaba en el culo a la perfección, parecían dos bomboncitos de chocolate. Estaba hablando con otras dos chicas que también creía conocerlas de algún lado. Por aquel entonces, creía conocer a casi todas las mujeres que veía en la calle.
La perra de mi ex novia me había destrozado el cerebro, soñaba con un montón de mujeres, me despertaba contento por estar rodeado de tantas lindas borregas, hasta llegaba a saludarlas en los kioscos, almacenes, incluso si iban caminando con su padres o con sus novios. ¡Las conocía a todas! Cuando llevé este tema a mi psiquiatra, me sugirió agregar algunos medicamentos y sacar otros. Lo que vino después fue pura soledad.
Pero nos los quiero aburrir contándoles el efecto de cincuenta miligramos de antidepresivos tomados con el café con leche del desayuno, seguramente, muchos de ustedes ya saben de lo que les hablo.
Lo cierto es que la pelirroja estaba allí, dándome la espalda, ignorándome. Me quedé mirándola un buen rato sin decir una palabra. Después, Beno me hizo un gesto con las manos como apurándome para que le hablara. Finalmente, tomé coraje, y le dije:
«Señorita, sabe, que yo, la miré, no lo sé, hola a usted, ese chico, me dijo, la realidad, no sé muy bien, no lo sé». Interrumpí su diálogo por unos segundos y luego continuaron, ni siquiera se dio vuelta para mirarme. Era difícil hablarle a una mujer.
En la casa de enfrente, las cosas no andaban bien. Observé que el encargado salió muy enfadado y comenzó a empujarse con unos tipos africanos que estaban tomando unas cervezas en la puerta. Detrás de esa escena, apareció mi ex novia caminando de la mano con un apuesto jugador de polo. Tenía un suéter de hilo que le había regalado yo. Era un tipo maduro, con un pelo grueso y brilloso que no dejaba ver ninguna entrada. Se tomaban las manos con amor, y jugaban dándose golpecitos suaves con los pies. No paraban de reírse. Casi podría decir que se gustaban tanto que sentían un poquito de vergüenza. Era la primera vez que veía a mi ex derretida de placer y amor. Yo seguía inmóvil. Sin siquiera percatarse de mi presencia, se juntaron con la pelirroja y sus amigas, se dijeron unas cosas en voz baja, cruzaron, y entraron a la casa de enfrente.
Las cosas no seguían bien allí; el encargado se había plantando de manos, mi ex con su galán y la pelirroja ya habían entrado. Intenté cruzar para decirle algo, pero fui interrumpido en la mitad de la calle por un camerunés que se había alejado del tumulto. Me puso la mano en el pecho y me preguntó a dónde iba. Nunca antes había visto una mano así, parecía la base de una silla de madera. Sin mirarlo a la cara, le dije:
«Dolor, siento, cuánto más queda, ella no habla, por qué».
Luego me abrazó y fuimos hasta el interior de mi casa. Al entrar, pude verle la cara de Eva Perón impresa en su remera.
Volví a salir para meterme en la casa de enfrente, pero ya no había nadie. La calle estaba desierta, en la entrada colgaba un cartel oxidado que decía “Peligro de derrumbe”.
Regresé a mi casa y todo estaba vacío, los pisos estaban limpios, sobre la mesa había un plato usado con manchas de salsa. Más al costado, medio vaso de vino y un periódico de deportes. Sobre las paredes algunos retratos de mi familia y algunos cuadros.
Fui a mi habitación y me recosté. A través de la ventana observé una publicidad con un tipo tirado en la arena tomando un trago:
“Hágase una escapa a mar talaya, usted y los suyos lo necesitan”