Me desvié dos paradas de tram distraído por la relajación que trae la hierba. Tuve que elegir entre lugares distintos para comprarla. El que más cantidad me da, vive en Carouge, un barrio bastante lejos de mi casa. Pero me resulta un poco tedioso entrar en su departamento. Casi siempre hay hombres al filo de la desintegración por la coca. Cada vez que voy, temo que les moleste el sonido de mi respiración y me partan una botella en el cráneo. Por otro lado, están las calles que rodean a l’usine, la única discoteca under de la ciudad. Antes de pasar por ahí, tengo que intentar no mirar el balcón donde viví con mi ex mujer, no me gustan las fotos en donde las plantas se mueven. No sufro melancolía.
Quien pudiera ver todos los días esta ciudad enloquecería. Paso la mayor parte de mi vida en Ginebra desprogramado. Si me dicen gracias, agradezco con un gesto de simpatía, pero en realidad sólo veo una mancha negra que si gira a la derecha, yo giro con ella. Si gira a la izquierda, hago lo mismo. Distingo las figuras con una falsa percepción del diagrama. Pero sé qué pasa en cada desplazamiento. Según los movimientos de la mancha, yo puedo hacer que los transmisores de las ilusiones sociales funcionen.
Lo bueno de vivir solo es que sin convivencia no hay culpables. ¿Fuiste vos la que yo no quise que estuvieras paradita ahí en este momento? La pregunta parece complicada, incluso, pienso que no pasaría como una frase bien estructurada en una evaluación gramatical. Leela nuevamente por favor… También es bueno cagar con la puerta abierta. Lo que no está bueno, es que tus sábanas huelan a testículos, es decir, mis propios testículos. Uno se termina excitando con su propio olor, como los perros. Ellos también suelen andar solos. Me gustan los perros, y con los gatos voy generando una invisible amistad que aumenta con los años.
Semanas atrás, invité a pelear a un hombre luego de una pequeña discusión en la puerta del hotel donde laburo. El tipo es un chofer de taxi que se enojó conmigo porque le pedí que moviera su auto. Lo invité a pelear con la misma energía que uso al comprar un paquete de puchos, cada vez que termino de decir Camel, me agito. El tipo no entendió nada, finalmente fue hasta la recepción, para decirle al encargado que yo le había propuesto un mano a mano a la media noche en la parada de un bondi. El tipo dijo la verdad, pero en la recepción se rieron y no le dieron bola, porque es taxista. En una oportunidad, le propuse a mi jefe hacer unas reformas en la organización de la recepción, y también le dije que al depósito para maletas le falta una computadora y una balanza, tampoco me dio bola, porque soy maletero.
De vez en cuando viene a mi casa una francesa que trabaja en el hotel. En casi todos nuestros encuentros, intento colocarme con viagra para endurecer el miembro, sin tener que pasar por la desgarradora necesidad de focalizarme en algún punto atractivo de su cuerpo para garcharla. Si pudiera conectarme algún chip en el cerebro lo haría sin ningún problema. De algún modo, confío más en steve Jobs que en mi mismo. No puedo entender como algunos dicen que soy un buen amigo.
Dos veces por semana abro el buzón, separo con precaución las facturas para pagar al final del mes. De vez en cuando, me preocupo por la bajada y subida del dólar. Demás está decirte que mi calvicie crece a pasos agigantados, pero hay dos mechones que nacen casi en la mitad de mi cabeza, que se mantienen fuertes y los puedo batir hasta tapar un poco los huecos. Esto último es una buena descripción de mi persona; un tipo que tiene el cuerpo y el alma vivo, como dos pedazos de cabello vigorosos entre una gran pelada.
Un compañero de trabajo me recomendó no comer carne el viernes santo, le pregunté si era católico y me dijo que un poco. A mi también me gustaría serlo. Me gustaría ser un poco católico, un poco judío, un poco musulmán, un poco evangelista, un poco protector del medio ambiente. Lo cierto es que sufro un nocivo desinterés por todas estas cosas, ni siquiera me preocupa la ecología, ni las guerras, ni la radiactividad japonesa ¡Pero ojo! Me podés ver en cualquier encuentro social, haciendo gestos de preocupación si se habla del tema.
Hoy fui hasta las orillas del lago a recibir los primeros rayos de sol del verano. Me saqué la remera y me recosté rápidamente no dejando evidencia de mis tres quistes con pus en la espalda. Disfrutando de la brisa fresca del lago, levanté un poco la vista, y fui sorprendido por la mirada indiscreta de un maricón viejo. Después, me miró una bebota de unos dieciocho años. Lo bueno de los maricones y las jovencitas, es que uno puede darse cuenta de inmediato, si la cosa va a dar para echarse un polvo o no.
En casa, la heladera continúa haciendo ruido. No me gustaría que se rompa. Me representaría, por lo menos, un mes de mal humor. Para arreglarla, debería llamar en busca de presupuestos, una vez que diera con el más conveniente, tendría que fijar una cita con el especialista, y todo esto con los horarios rotativos de mi trabajo. Seguro que termino pidiéndole a mi jefe que me deje ausentarme un día, y él, con la mejor cara de buen hombre, me lo dará buscando algo a cambio. Le daré lo que me pida de acuerdo al lado que gire la mancha.
Acá te dejo, presentando al mono, que en vez de hacer monerías, sólo mira por la jaula.