‒Me encanta que me peguen, Chris.
‒¡Sí! Unos chirlitos en el culo vienen bien.
‒Pero… No me refiero a pequeños chirlitos simpáticos. Me gusta sentir el dolor del puño contra mi cuerpo, se me mezcla todo con la excitación vaginal, me vuelvo loca.
‒¿Qué pasa si te doy golpes con la palma de la mano abierta en la espalda?
‒Mirá, si estás pensando en aumentar tu nivel de agresividad, te pido que lo hagas después que tenga la concha a punto caramelo; concha llena, huevos vacíos.
‒Linda frase esa.
‒¿Cuál?
‒ Concha llena, huevos vacíos.
‒¡Sí!, se la robé a mi ex novio.
‒¿Te pegaba el flaco?
‒No me gusta decir que me pegaba. Me amaba, y sus golpes eran otras formas de penetrarme y hacerme el amor.
Un maldito diálogo sólo sustentado en preguntas y respuestas me habían llevado a pensar en aquel hombre ¿De qué forma la había golpeado? ¿Cómo hizo para darle amor cagándola a palos? De algún modo detestaba la idea de continuar hablando de su ex, pero fue inevitable.
‒¿Te daba duro, no?
‒Jamás me lastimó. Fue la idiota de mi vieja que se escandalizó cuando llegué a mi casa con los brazos quemados con cigarrillos.
‒Pará, pará. Entiendo esto último como una lastimadura, por consiguiente, deduzco que te lastimó.
‒No loco. Siempre me daba lo que necesitaba, siempre. Hay otras formas de recibir.
‒¿Y vos qué le dabas?
‒Simplemente le dejaba hacer lo que lo apasionaba. Fue mi mejor amante.
‒¿Lo dejaste de ver?
‒Sí, Mantilla decidió alejarse, creo que se quedó sin fuerzas, tiene cuarenta pirulos, viste…
‒Y si…
Me levanté de la cama algo incómodo. Desde que empezamos a garchar tuve la impresión de ser un gran macho. Incluso mis pequeños chirlos en su culo me hacían sentir un contemporáneo del sexo. Patita al hombro, 69, tratamiento personalizado al clítoris; susurro, lengua relajada circulando como brocha de pintor. Siempre con la pija bien dura. Sin embargo, ella, lo único que sintió fue la ausencia de una buena paliza. Fui hasta la cocina a buscar un poco más de vino, ella me siguió y me dijo:
‒¿Querés que te lea algo de Mantilla?
‒¿Es escritor?
‒Sí. Solíamos leernos nuestros textos en su casa, yo también escribo. Si querés te puedo leer algo mío también.
‒Bueno, dale.
Se sentó relajada en el sillón después que Corriera velozmente la entrada al sistema operativo de su Mac, abrió uno de los archivos que le había pasado su ex y me dijo que el texto se llamaba Fuck ratas sucias. Y empezó:
… Pateando cañas, entre tipos que no dudaban a la hora de tirar un puntazo al hígado del adversario, se decía que uno podía entrar al hoy poderoso barrio de las cañitas, donde en la actualidad hay dólares para el postre y carne que llega a mi domicilio de parte de buenos amigos. Aquí, en mi barrio, observo a mi vecina Laura que pasa exhibiendo esos hermosos pechos nuevos. Son maravillosos, creo que debería contactar a su cirujano para realizar mi próximo implante capilar. Recibo un mensaje de un amigo de clase media baja que me quedó de aquel horrible período, cuando mi madre cometió el error de enviarme a una escuela municipal. Se trata de una invitación a su pequeño departamento en once. Detesto el once, odio sus calles, sus sucios poetas que rompen las basuras para encontrar algún pedazo de idea para convertirla en un poema que lo leerán algunos por Internet. Conozco bien a esos tipos, suelen decir que hay que poner el cuerpo en las cosas para "crear".
En algunos de nuestros enfrentamientos verbales intenté explicarles dónde suelo poner yo mi cuerpo. La explicación fue corta y precisa: En mi jacuzzi. Allí, las burbujas me tocan el escroto y tengo erecciones múltiples (algunos de estos grandes poetas me han llamado puto). Mis estimados amigos, los invito a cualquiera de mis fiestas en mi piso, podrán ver, que las minas con las que ustedes se aprietan el ganso por Internet existen, y vienen a mi casa.
Llegar a mi terraza es lo más parecido a apreciar el mediterráneo desde las colinas de Mónaco. Ahora mi perro apoya su hocico en mis pies. Es un Chow Chow que me regaló mi ex pareja. Tres veces por semana lo llevo al estilista, donde lo bañan y le van tratando el pelaje a la perfección.
Vuelvo a pensar en aquello de ir al once, tal vez debería anularlo. Tendría que ser indiferente a las ropas colgadas en los balcones, esas telas sucias manchadas de esperma, de sangre, de grasa. Al olor a ceviche peruano que sale de las mugrosas habitaciones del fracaso. Si lo pienso bien, tampoco podría caminar sin un barbijo, ya que el smog de los colectivos es de lo más nocivo…
‒Disculpame Chris, no quiero seguir leyendo ésto, me siento algo extraña. ¿Qué te parece si mejor te leo algo mío?
‒Me parece bien.
…Busco la integridad de mi ser en las bellezas que trae el amanecer. Me siento infinitamente bella. Esa belleza que sale desde adentro hacia fuera, convirtiéndome en una mujer entera, capaz de abrazar los problemas y convertirlos en energía que circula loca de amor. Yo no soy de nadie, sólo del aire, del sol, de todas estas cosas que me van llenando el alma. Circulo por la belleza de la brisa del otoño y no necesito nada más. Me desconecto, lejos de cualquier objeto carente de significado. Los problemas los voy disolviendo y caen despacio como las hojas en otoño. Puedo entregarles a mis amados toda la luz de mi ser. Siento mi bello cuerpo de mujer, siento como me voy enamorando de él…
Terminó de leer y no agregué ni una palabra. Pensé en su ex, en las razones que tuvo para hacer una especie de doctorado en golpizas.
‒¿Te gustó chris?
‒¿Lo de las razones que tuvo para hacer una especie de doctorado en golpizas?
‒¿Qué?
‒Nada, nada. ¿Vivís lejos?