lunes, 30 de mayo de 2011

COMPRENDIENDO A MANTILLA


‒Me encanta que me peguen, Chris.

‒¡Sí! Unos chirlitos en el culo vienen bien.

‒Pero… No me refiero a pequeños chirlitos simpáticos. Me gusta sentir el dolor del puño contra mi cuerpo, se me mezcla todo con la excitación vaginal, me vuelvo loca.

‒¿Qué pasa si te doy golpes con la palma de la mano abierta en la espalda?

‒Mirá, si estás pensando en aumentar tu nivel de agresividad, te pido que lo hagas después que tenga la concha a punto caramelo; concha llena, huevos vacíos.

‒Linda frase esa.

‒¿Cuál?

‒ Concha llena, huevos vacíos.

‒¡Sí!, se la robé a mi ex novio.

‒¿Te pegaba el flaco?

‒No me gusta decir que me pegaba. Me amaba, y sus golpes eran otras formas de penetrarme y hacerme el amor.


Un maldito diálogo sólo sustentado en preguntas y respuestas me habían llevado a pensar en aquel hombre ¿De qué forma la había golpeado? ¿Cómo hizo para darle amor cagándola a palos? De algún modo detestaba la idea de continuar hablando de su ex, pero fue inevitable.


‒¿Te daba duro, no?

‒Jamás me lastimó. Fue la idiota de mi vieja que se escandalizó cuando llegué a mi casa con los brazos quemados con cigarrillos.

‒Pará, pará. Entiendo esto último como una lastimadura, por consiguiente, deduzco que te lastimó.

‒No loco. Siempre me daba lo que necesitaba, siempre. Hay otras formas de recibir.

‒¿Y vos qué le dabas?

‒Simplemente le dejaba hacer lo que lo apasionaba. Fue mi mejor amante.

‒¿Lo dejaste de ver?

‒Sí, Mantilla decidió alejarse, creo que se quedó sin fuerzas, tiene cuarenta pirulos, viste…

‒Y si…


Me levanté de la cama algo incómodo. Desde que empezamos a garchar tuve la impresión de ser un gran macho. Incluso mis pequeños chirlos en su culo me hacían sentir un contemporáneo del sexo. Patita al hombro, 69, tratamiento personalizado al clítoris; susurro, lengua relajada circulando como brocha de pintor. Siempre con la pija bien dura. Sin embargo, ella, lo único que sintió fue la ausencia de una buena paliza. Fui hasta la cocina a buscar un poco más de vino, ella me siguió y me dijo:


‒¿Querés que te lea algo de Mantilla?

‒¿Es escritor?

‒Sí. Solíamos leernos nuestros textos en su casa, yo también escribo. Si querés te puedo leer algo mío también.

‒Bueno, dale.


Se sentó relajada en el sillón después que Corriera velozmente la entrada al sistema operativo de su Mac, abrió uno de los archivos que le había pasado su ex y me dijo que el texto se llamaba Fuck ratas sucias. Y empezó:



… Pateando cañas, entre tipos que no dudaban a la hora de tirar un puntazo al hígado del adversario, se decía que uno podía entrar al hoy poderoso barrio de las cañitas, donde en la actualidad hay dólares para el postre y carne que llega a mi domicilio de parte de buenos amigos. Aquí, en mi barrio, observo a mi vecina Laura que pasa exhibiendo esos hermosos pechos nuevos. Son maravillosos, creo que debería contactar a su cirujano para realizar mi próximo implante capilar. Recibo un mensaje de un amigo de clase media baja que me quedó de aquel horrible período, cuando mi madre cometió el error de enviarme a una escuela municipal. Se trata de una invitación a su pequeño departamento en once. Detesto el once, odio  sus calles, sus sucios poetas que rompen las basuras para encontrar algún  pedazo de idea para convertirla en un poema que lo leerán algunos por Internet. Conozco bien a esos tipos, suelen decir que hay que poner el cuerpo en las cosas para "crear".

En algunos de nuestros enfrentamientos verbales intenté explicarles dónde suelo poner yo mi cuerpo. La explicación fue corta y precisa: En mi jacuzzi. Allí, las burbujas me tocan el escroto y tengo erecciones múltiples (algunos de estos grandes poetas me han llamado puto). Mis estimados amigos, los invito a cualquiera de mis fiestas en mi piso, podrán ver, que las minas con las que ustedes se aprietan el ganso por Internet existen, y vienen a mi casa.

Llegar a mi terraza es lo más parecido a apreciar el mediterráneo desde las colinas de Mónaco. Ahora mi perro apoya su hocico en mis pies. Es un Chow Chow que me regaló mi ex pareja. Tres veces por semana lo llevo al estilista, donde lo bañan y le van tratando el pelaje a la perfección.

Vuelvo a pensar en aquello de ir al once, tal vez debería anularlo. Tendría que ser indiferente a las ropas colgadas en los balcones, esas telas sucias manchadas de esperma, de sangre, de grasa. Al olor a ceviche peruano que sale de las mugrosas habitaciones del fracaso. Si lo pienso bien, tampoco podría caminar sin un barbijo, ya que el smog de los colectivos es de lo más nocivo…


‒Disculpame Chris, no quiero seguir leyendo ésto, me siento algo extraña. ¿Qué te parece si mejor te leo algo mío?

‒Me parece bien.


…Busco la integridad de mi ser en las bellezas que trae el amanecer. Me siento infinitamente bella. Esa belleza que sale desde adentro hacia fuera, convirtiéndome en una mujer entera, capaz de abrazar los problemas y convertirlos en energía que circula loca de amor. Yo no soy de nadie, sólo del aire, del sol, de todas estas cosas que me van llenando el alma. Circulo por la belleza de la brisa del otoño y no necesito nada más. Me desconecto, lejos de cualquier objeto carente de significado. Los problemas los voy disolviendo y caen despacio como las hojas en otoño. Puedo entregarles a mis amados toda la luz de mi ser. Siento mi bello cuerpo de mujer, siento como me voy enamorando de él…


Terminó de leer y no agregué ni una palabra. Pensé en su ex, en las razones que tuvo para hacer una especie de doctorado en golpizas.


‒¿Te gustó chris?

‒¿Lo de las razones que tuvo para hacer una especie de doctorado en golpizas?

‒¿Qué?

‒Nada, nada. ¿Vivís lejos?



martes, 24 de mayo de 2011

NI TRENES NI BARCOS


Hace media hora, estaba intentando dormirme. Eran cerca de la cuatro de la madrugada, pensaba despertarme a las ocho de la mañana y viajar seis horas rumbo al Ticino, pero me pareció mejor dejar de lado la idea de dormir y me vine directo a la estación. El tren ya está en marcha, acabo de pasar por la estación Nyon. Estoy ubicado donde empieza el pasillo, ocupo uno de los asientos de un compartimento de dos. Enfrente hay solo un lugar, también está libre. Ni se me cruza por la cabeza la idea que alguien se siente en él. Si yo fuera un pasajero, jamás intentaría ponerme enfrente de un tipo con las piernas largas. En la mitad del pasillo hay una tipa que, calculo por el desgaste de su voz, tiene cerca de cuarenta años. Habla por teléfono con un tipo en vos alta: “A mi no me vengas con eso de la familia, no creo ni en ella ni el diablo”. Se pelea con el hombre, le está pidiendo por favor que no lleve más mujeres a casa, y digo a casa tal cual lo dice ella. “A ti ya te van a dar ganas de desear, te lo prometo….” Le dice, ahora en un tono de vos más bajo, como queriendo apaciguar un poco la pelea. Nyon me coloca una compañera de asiento de unos treinta años, es hermosa. Tiene la cara algo cansada, calculo que pasó por algunas situaciones complicadas, algunos dicen que no hay hombres mas viejos que los de treinta. Es algo gordita, una gordura simpática que parece encenderle una luz melancólica llena de ternura, tengo ganas de abrazarla. Pero no quiero mirarla demasiado, prefiero sacar mis conclusiones a través de su figura, que se pierde a poco con la claridad del vidrio en la ventanilla. Se acaba de parar, se fue. El día ya es un hecho, ¡ha amanecido! Su lugar lo ocupa un obrero portugués, la gente tiene sueño, yo también, pero la idea es mantener estas líneas hasta Lucerna, todavía faltan tres horas.
Llegamos a Lausanne, apenas cincuenta minutos de viaje recorridos. Una chica con su musculoso novio están subiendo, ella tiene una pelota de voley, está vestida como para ir a la playa. Me mira fijo a los ojos, el novio no pareció percatarse de la situación, debe ser un tipo que disfruta bastante de su relación, los celos pueden destruir el alma. El cielo esta todo despejado; veo un rayo horizontal anaranjado que parece atravesar el cosmos. El lago parece una reproducción gráfica hecha en una computadora. Mi nuevo compañero de viaje acaba de sacar un libro. No llego a ver cual es, tampoco me preocupa demasiado saberlo. El inspector del tren es un francés canoso, pelo largo hasta la mitad de la espalda. Algunos de sus dientes, tienen el color y la forma de los hogos podridos del queso roquefort.  
Vuelvo a tomar estas líneas en un entorno bastante distinto. Yendo hacia Lucerna fui superado por el sueño y me quedé profundamente dormido. Lo último que recuerdo fue haber sacado la almohada, ¡si!, tuve la buena idea de traerme una almohada que encontré tirada en la calle camino a la estación.
Decía lo del entorno, esta vez es un tren algo más pequeño, no necesariamente más feo; los asientos se reclinan mucho más, no puedo divisar casi ningún lugar vacío, aparentemente el Ticino es una de las ciudades con más turismo interno, de todas formas este tren continua hasta Venecia, así que nada de quedarme dormido, no vaya a ser cosa que me despierte en una de las gargantas del mar. Mis tres compañeros de compartimento son un calco infinito de las repeticiones europeas: Una pareja de suizos alemanes que parecen ser hermanos, en realidad son novios, no se han mirado ni una vez. Pegada a mi, una mujer parecida a Olivia, la novia de Popeye. Estuvo un rato largo para sentarse en este lugar, ya que su pasaje estaba numerado pero el número no coincidía con el de su asiento. Después de dudarlo demasiado, fue convencida por la suiza alemana y se sentó. Me fastidia un poco la falta de determinación. Para el caso, hubiera preferido que se siente directamente sin andar con tantos rodeos, pero en fin, el que se tiene que bancar esa parte es su novio, que ahora está leyendo una revista de tecnología. Ella también empezó a leer un libro que debe tener unas quinientas páginas, una locura, no entiendo como hay personas que pueden engancharse con libros tan extensos. Ahora estamos detenidos en Arth-goldau, una de las ciudades adjuntas a Lucerna, el sol se ha posado por sobre toda la sierra, es un día hermoso, me pregunto cómo mierda se podría escribir una buena historia en un tren europeo.
Tengo puesta una chomba a rayas que me dio mi viejo. A pesar de las reiteradas lavadas, nunca deja de oler a tabaco, me gusta como me queda, incluso me parezco mucho a él, nuestra contextura física se asemeja lo suficiente como para decir que somos padre e hijo. Extraño a mi viejo, me gustaría pasarle la mano por la frente, abrazarlo y decirle que lo quiero mucho. Me gustaría ir al casino con él y apostar hasta la puta muerte.
Olivia se volvió a sentar, había ido al baño, acaba de pedir un café, el vaso está a unos quince centímetros de mi computadora, espero que esta carta no se convierta en circuitos quemados. Por las dudas voy a alejar un poco la compu. También espero que no comprenda español, no creo que le resulte grato saber que escribo sobre ella y que la llamo Olivia.

Nota aparte: Si mis fuerzas para contener la catarata de pedos que se postulan para salir insultantes al mundo, fallaran; los pasajeros de este tren nadarían entre sus propios vómitos.

Levanto la vista: La inspectora se acerca, le está pidiendo los boletos a unas lesbianas que nunca vivieron una década de amor. Por aquí está todo igual desde hace muchos años, aquí nadie podría decir, “¿Te acordás que buenos fueron los 80?” Los 80 fueron iguales a los 90, al 2000, y así seguirá, no es casualidad que algunos pelotudos se preocupen por conservar una especie de ranas en extinción. Una de las lesbianas toma una bebida energizante, es una pequeña lata que equivale a ingerir más o menos diez cafiaspirinas. Se rasca constantemente el cuerpo, no para de moverse ni siquiera un segundo. Su novia es mayor que ella, parece entenderla, ahora ríen. Paro por un rato con estas líneas.
Bueno, el tren ya ha llegado a Bellinzona, fui finalmente desplazado de mi lugar por un idiota que fue en búsqueda de su asiento. Olivia me dijo que el lugar que ocupaba ella era para el tipo, y que ella tomaría mi lugar, decidí irme sin dudarlo. Ahora intercambio unas palabras en francés con una empleada del tren que se encuentra parada al lado de la puerta de salida. Me dice que no intente entrar al baño porque alguien ha vomitado. Concluimos nuestra charla diciendo que para algunos quizás sea mejor viajar en tren que en barco. He llegado a destino, nadie me espera. Tal vez esta historia sea la misma en un barco.