martes, 24 de mayo de 2011

NI TRENES NI BARCOS


Hace media hora, estaba intentando dormirme. Eran cerca de la cuatro de la madrugada, pensaba despertarme a las ocho de la mañana y viajar seis horas rumbo al Ticino, pero me pareció mejor dejar de lado la idea de dormir y me vine directo a la estación. El tren ya está en marcha, acabo de pasar por la estación Nyon. Estoy ubicado donde empieza el pasillo, ocupo uno de los asientos de un compartimento de dos. Enfrente hay solo un lugar, también está libre. Ni se me cruza por la cabeza la idea que alguien se siente en él. Si yo fuera un pasajero, jamás intentaría ponerme enfrente de un tipo con las piernas largas. En la mitad del pasillo hay una tipa que, calculo por el desgaste de su voz, tiene cerca de cuarenta años. Habla por teléfono con un tipo en vos alta: “A mi no me vengas con eso de la familia, no creo ni en ella ni el diablo”. Se pelea con el hombre, le está pidiendo por favor que no lleve más mujeres a casa, y digo a casa tal cual lo dice ella. “A ti ya te van a dar ganas de desear, te lo prometo….” Le dice, ahora en un tono de vos más bajo, como queriendo apaciguar un poco la pelea. Nyon me coloca una compañera de asiento de unos treinta años, es hermosa. Tiene la cara algo cansada, calculo que pasó por algunas situaciones complicadas, algunos dicen que no hay hombres mas viejos que los de treinta. Es algo gordita, una gordura simpática que parece encenderle una luz melancólica llena de ternura, tengo ganas de abrazarla. Pero no quiero mirarla demasiado, prefiero sacar mis conclusiones a través de su figura, que se pierde a poco con la claridad del vidrio en la ventanilla. Se acaba de parar, se fue. El día ya es un hecho, ¡ha amanecido! Su lugar lo ocupa un obrero portugués, la gente tiene sueño, yo también, pero la idea es mantener estas líneas hasta Lucerna, todavía faltan tres horas.
Llegamos a Lausanne, apenas cincuenta minutos de viaje recorridos. Una chica con su musculoso novio están subiendo, ella tiene una pelota de voley, está vestida como para ir a la playa. Me mira fijo a los ojos, el novio no pareció percatarse de la situación, debe ser un tipo que disfruta bastante de su relación, los celos pueden destruir el alma. El cielo esta todo despejado; veo un rayo horizontal anaranjado que parece atravesar el cosmos. El lago parece una reproducción gráfica hecha en una computadora. Mi nuevo compañero de viaje acaba de sacar un libro. No llego a ver cual es, tampoco me preocupa demasiado saberlo. El inspector del tren es un francés canoso, pelo largo hasta la mitad de la espalda. Algunos de sus dientes, tienen el color y la forma de los hogos podridos del queso roquefort.  
Vuelvo a tomar estas líneas en un entorno bastante distinto. Yendo hacia Lucerna fui superado por el sueño y me quedé profundamente dormido. Lo último que recuerdo fue haber sacado la almohada, ¡si!, tuve la buena idea de traerme una almohada que encontré tirada en la calle camino a la estación.
Decía lo del entorno, esta vez es un tren algo más pequeño, no necesariamente más feo; los asientos se reclinan mucho más, no puedo divisar casi ningún lugar vacío, aparentemente el Ticino es una de las ciudades con más turismo interno, de todas formas este tren continua hasta Venecia, así que nada de quedarme dormido, no vaya a ser cosa que me despierte en una de las gargantas del mar. Mis tres compañeros de compartimento son un calco infinito de las repeticiones europeas: Una pareja de suizos alemanes que parecen ser hermanos, en realidad son novios, no se han mirado ni una vez. Pegada a mi, una mujer parecida a Olivia, la novia de Popeye. Estuvo un rato largo para sentarse en este lugar, ya que su pasaje estaba numerado pero el número no coincidía con el de su asiento. Después de dudarlo demasiado, fue convencida por la suiza alemana y se sentó. Me fastidia un poco la falta de determinación. Para el caso, hubiera preferido que se siente directamente sin andar con tantos rodeos, pero en fin, el que se tiene que bancar esa parte es su novio, que ahora está leyendo una revista de tecnología. Ella también empezó a leer un libro que debe tener unas quinientas páginas, una locura, no entiendo como hay personas que pueden engancharse con libros tan extensos. Ahora estamos detenidos en Arth-goldau, una de las ciudades adjuntas a Lucerna, el sol se ha posado por sobre toda la sierra, es un día hermoso, me pregunto cómo mierda se podría escribir una buena historia en un tren europeo.
Tengo puesta una chomba a rayas que me dio mi viejo. A pesar de las reiteradas lavadas, nunca deja de oler a tabaco, me gusta como me queda, incluso me parezco mucho a él, nuestra contextura física se asemeja lo suficiente como para decir que somos padre e hijo. Extraño a mi viejo, me gustaría pasarle la mano por la frente, abrazarlo y decirle que lo quiero mucho. Me gustaría ir al casino con él y apostar hasta la puta muerte.
Olivia se volvió a sentar, había ido al baño, acaba de pedir un café, el vaso está a unos quince centímetros de mi computadora, espero que esta carta no se convierta en circuitos quemados. Por las dudas voy a alejar un poco la compu. También espero que no comprenda español, no creo que le resulte grato saber que escribo sobre ella y que la llamo Olivia.

Nota aparte: Si mis fuerzas para contener la catarata de pedos que se postulan para salir insultantes al mundo, fallaran; los pasajeros de este tren nadarían entre sus propios vómitos.

Levanto la vista: La inspectora se acerca, le está pidiendo los boletos a unas lesbianas que nunca vivieron una década de amor. Por aquí está todo igual desde hace muchos años, aquí nadie podría decir, “¿Te acordás que buenos fueron los 80?” Los 80 fueron iguales a los 90, al 2000, y así seguirá, no es casualidad que algunos pelotudos se preocupen por conservar una especie de ranas en extinción. Una de las lesbianas toma una bebida energizante, es una pequeña lata que equivale a ingerir más o menos diez cafiaspirinas. Se rasca constantemente el cuerpo, no para de moverse ni siquiera un segundo. Su novia es mayor que ella, parece entenderla, ahora ríen. Paro por un rato con estas líneas.
Bueno, el tren ya ha llegado a Bellinzona, fui finalmente desplazado de mi lugar por un idiota que fue en búsqueda de su asiento. Olivia me dijo que el lugar que ocupaba ella era para el tipo, y que ella tomaría mi lugar, decidí irme sin dudarlo. Ahora intercambio unas palabras en francés con una empleada del tren que se encuentra parada al lado de la puerta de salida. Me dice que no intente entrar al baño porque alguien ha vomitado. Concluimos nuestra charla diciendo que para algunos quizás sea mejor viajar en tren que en barco. He llegado a destino, nadie me espera. Tal vez esta historia sea la misma en un barco.

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