Tamara estaba por volver. Después de irse unos días a la casa de su viejo en Córdoba, me llamó:
‒Amor, escuchame. Al final me quedo tres días más porque papa me regaló un caballo.
‒¿Un caballo? ¿De dónde sacó la guita?
‒Fue un regalo que le hizo Rubén, su mejor amigo. Es un potrillo. Cuando me ve, siento que me reconoce, no me puedo ir ahora, necesito pasar unos días con él, es algo muy fuerte lo que me pasa…
‒Ah, entonces te hizo un regalo de un regalo.
‒Vos sabés que Rubén es como de la familia, así que esas formalidades carecen de significado.
Yo conocía a Rubén. Mi suegro lo había invitado a un asado en su casa, cuando yo había pasado unas vacaciones. Laburaba en una tornería en las afueras de la ciudad. A penas lo vi, no me cayó nada bien. Usaba una boina de gaucho y miraba a la gente de reojo, parecía uno de esos pampeanos oligarcas que van a estudiar a Buenos aires, incluso le miró varias veces el culo a Tamara. Mi suegro me decía que el tipo no había dejado títere con cabeza en el barrio. Hablaba todo el tiempo sobre sus cualidades de macho, como si se lo hubiera empernado.
Colgué con Tamara y las imágenes que pasaban por mi cabeza me cagaban a palos. Me imaginaba a Rubén con un pene tan largo como el de un caballo partiéndola al medio. La hija de puta traspiraba gotas gordas mientras el podrido tornero le entraba cada vez más duro. Empecé a maquinarme y no podía bajar de ese lugar: “Que mierda vas a tener un caballo conchuda. Acá el único caballo es ese picudo que te está dando bomba y no la podés creer.” Pensé en ir a Córdoba, agarrar a Tamara infraganti y de paso decirle a mi suegro que, si le gustaba tanto, le chupase la pija a Rubén. Estaba sólo en la casa de mi vieja, ella todavía no había llegado, nunca se sabía a qué hora podía llegar mama.
Cuando era pibe me gustaba mirar Brigada A. Me hacía reír mucho como Mario Baracus, aquel corpulento hombre, le temía a los aviones. Cada vez que la brigada debía desplazarse en avión, a Mario había que hipnotizarlo o desmayarlo de la forma que sea. A mi me pasaba algo similar con los micros. Era difícil encarar un viaje sin estar bajo algún efecto que me evitara observar el recorrido simple y peligroso de aquel gran carro de acero. Claro está, yo no tenía la misma suerte que Mario: La hipnosis no funcionaba conmigo, lo más práctico era comprar algo de falopa.
Pasé por lo de mi dealer Giuseppe. Me dijo que me sentara y me convidó un saque de su reserva. Luego sacó cuatro bolsitas que estaban escondidas dentro de un juguete del hijo, se las pagué y me fui caminando a Retiro. El micro salía en una hora, así que tuve tiempo de milonguear un rato más antes de partir. Me senté en una de las butacas de la parte interna de la estación, observando las frías plataformas de los viajes internacionales. Nunca me pude imaginar haciendo recorridos tan largos. Tenía la mirada clavada en esa dirección. Mi campo visual no despertaba demasiada importancia, como para quedarse media hora mirando fijo las plataformas, pero me mantuve estático, concentrando en el podrido pozo de la ausencia de ideas. Un tipo se me sentó al lado y me preguntó algo acerca de los horarios. Le respondí rápido esquivándole la mirada, me paré y me fui al baño.
Subí al micro. Me tocó un asiento contra la ventanilla. Mi compañero era un tipo de unos cincuenta años, bien vestido, parecía esos padres de pibas jóvenes, que van al restaurante todos juntitos, en familia. Al sentarse, supe que no podía sacar la bolsa y tomar delante de él. Temí que se asustara, que hiciera un escándalo y me haga pasar una noche de mierda, con el corazón chiflando de complicaciones. Entonces ahí no más lo vi. Estaba tirado en el piso al lado del tipo que controlaba los pasajes, con las letras doradas, entero, con el canuto ancho, un diseño exclusivo. Le pedí permiso a mi compañero, bajé llegando más rápido que algunos basureros que merodeaban la zona, lo agarré y subí para volver a instalarme en mi asiento. Al fondo la villa 31 y, pegado a mi mano, un vaso de Macdonals con su pajita, y con toda mi merluza adentro. Miré el vaso y pensé: “Estos yanquis putos saben bastante sobre el bien común”
No hay comentarios:
Publicar un comentario