domingo, 17 de julio de 2011

5-Carlo- “Solidaridad”

Era una casa pequeña, la directora me dijo que a Mauro le gustaba preparar la comida para todos y me hizo acordar que era así. Atravesamos un gran parque que nos llevó hasta un quincho. Cuando entramos, Mauro estaba cortando unas verduras en la mesada, apenas lo vi le pegué un grito, giró y nos dimos un gran abrazo, estaba muy contento de verme. Había una mesa larga de madera donde ya esperaban la comida no más de diez internos, Mauro los miró y comenzó a hablarles casi a los gritos:

‒Algunos de ustedes, respetables cabezas de coco, se preguntarán quién es este hombre ‒y me señaló con la mano abierta‒. Este hombre que hoy ha llegado hasta lo profundo de nuestra comunidad se llama Carlo. Les pido por favor que presten atención porque el tiempo que tenemos antes que se terminen de hacer los fideos es importante. Si yo les digo… ‒hizo una pausa y siguió‒, Juan, ¿ustedes que me pueden responder? ‒Los internos no parecían engancharse con la pregunta de Mauro, pero un tipo pelirrojo que estaba al final del caballete le dijo:

‒Perón, si vos decís Juan, yo pienso en Perón.

Mauro se quedó mirándolo unos segundos y fue hasta su lugar, se le puso detrás y empezó a besarle dulcemente su cráneo todo rapado. Luego le empezó a frotar las manos por la pelada. Otro de los internos se puso a llorar y a gritar un nombre propio que me cuesta recordar cuál era. Los besos de Mauro se fueron convirtiendo lentamente en lengüetazos por todo la cabeza. El tipo tenía los ojos cerrados, me dio la impresión que practicaba de forma reiterada este tipo de cosas con él. Después de dejarle la cabeza toda ensalivada, Mauro se volvió hacia atrás y, mientras hacía circular la saliva con los dedos, se puso a cantar la marcha peronista. A medida que cantaba me clavaba la vista para que yo colabore, pero como yo no la sabía toda, me puse a copiar su cántico. Cuando terminó, inclinó nuevamente su cabeza y se puso a frotar sus cachetes contra la pelada húmeda del tipo al mismo tiempo que decía en vos baja:

‒Quiero que le cuentes a Calo cuando estuviste con el general, quiero que lo hagas. Si no lo hacés, no va a haber más tabaco, ¿me entendés? ¿me entendés? Quiero que le cuentes a mi amigo cómo el general te besaba la cabeza como lo hago yo. ¿Quién te pone más saliva, el general o yo? Pero todo esto que te pido, no tendrá sentido llevarlo a cabo sin antes callar a esta víctima del llanto y, por supuesto, sin comer los fideos. ¿A usted como le gusta la pasta, amigo Carlo?

Me senté con el resto de la gente. El interno que lloraba se calmó, noté que todas esperaban ansiosos la llegada de la comida. Mauro apagó el fuego y le pidió a un tipo que le alcanzara el colador. Pensé en ir hasta la entrada y buscar a Carla, hacía bastante calor, la pobre quizás quería tomar algo. Me levanté acercándome a Mauro mientras colaba los fideos y le dije que estaba acompañado, y le conté todo lo que había pasado en el viaje. Me dijo que dejara de tomar merca, que no me ayudaría en nada. Después comenzó a ponerle una cantidad descomunal de aceite a los fideos, cortó un pedazo de manteca, lo puso dentro de la olla, giró, y se puso a dar unos pasos de baile tarareando una canción de compay segundo. Uno de los tipos que estaba en la mesa le preguntó a qué hora iban a comer.

‒Me duele que me hagas esa pregunta. La semana pasada estuvimos hablando del tiempo y creo que entendiste la importancia de masticarlo hasta que parezca un guiso licuado dentro de tu boca. Me duele, realmente me duele invertir mis energías acá para que venga un simulador que dice entender las cosas y, finalmente, no entiende nada. Vamos a comer a la hora en que vos no pienses más en las horas, espero que te quede claro. De todas formas, si no te queda claro, quiero decirte que yo estoy acá para ayudar, y voy a dejar todo para que mi colaboración dé buenos frutos. ¿Y vos che, qué esperás para contarle a mi amigo tus aventuras con el general?

Luego se acercó una vez más hacia él, se puso en cuclillas y lo abrazó fuerte a la altura del estómago, los dos se pusieron a llorar. Se quedaron cerca de cinco minutos abrazados, acongojados por el llanto. Más tarde entró la directora y me hizo un comentario sobre lo contenida que se sentía la gente con Mauro. La tipa se sentó y Mauro le agradeció por acompañarlos en el almuerzo. Les pregunté si la podía llamar a Carla y me dijo que no había inconvenientes. Fui hasta la entrada y la vi sentada en el umbral, la dije que entrara y, que si aún tenía hambre, podría comer algo. Cuando regresamos al quincho Mauro estaba sirviéndoles la comida, todos estaban contentos.

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