Terminamos de comer y Mauro nos dijo que fuéramos a su casa. El dueño del restaurante se fue diciendo que tal vez pasaría más tarde. Nos subimos al auto de Mauro, era un Fiat duna hecho mierda: No tenía capot, los amortiguadores estaban destruidos, hacía un ruido insoportable. Mauro nos contó que se lo había ganado en una partida de dados en un pueblo vecino. Las patentes estaban carcomidas por el óxido, era imposible leer los números con claridad.
‒Cuando lleguemos a casa les presento a una amiga, hace unos días que está parando conmigo. Con la loca estoy saliendo hace casi un mes, la conocí una noche en la capital. Las primeras veces que me la garché no quería que la viera desnuda, tiene algunos problemas con su cuerpo, es bulímica y anoréxica.
‒¡Las más rápidas para garchar! ¡Con tal de obtener un poco de autoestima se garchan hasta a un mono! ‒dijo Carla y todos estallamos de la risa.
‒¡Ojo! A mi me vino bastante bien que la loca tuviera problemas con su cuerpo, vos te imaginás que yo tampoco soy Brat Pit, tengo unos granos en el culo del tamaño de una bombita de velador, ¿sabías que bajé 5 kilos?
‒¡Bien ahí! Che, ¿Te acordás cuando garchabas con las zapatillas puestas para que no saliera el olor a pata?
‒Jajajaja! ¡Qué hijo de puta!
‒¿Cuándo vas a ir para Buenos Aires, loco?
‒¡En cualquier momento señor! Tengo ganas de ver a los pibes, no sabés el gusto que me da tenerte por acá, Carlo ‒dijo Mauro, con un cierto dejo de tristeza.
‒Qué bueno que hayas conseguido un buen lugar para parar ‒dije.
‒Tengo una linda casa, se la cuido al viejito Ruiz, un gran tipo. Ahí estoy joya, no tengo demasiados problemas. El viejo viene sólo una vez por mes, el resto del año lo banca su hija en Buenos Aires. Dice que Córdoba es hermoso únicamente sabiendo que existe Buenos Aires.
En una de las curvas levantó la mano y nos señaló la casa del viejo Ruiz. Luego miró a Carla por el espejo retrovisor.
‒Y vos Carlita, ¡Qué lindos pechos tenés! ¿Qué andás haciendo por acá?
‒Soy una pequeña granjita de rehabilitación ambulante. Voy viajando, intentando recuperar cocainómanos ‒volvimos a reírnos a carcajadas.
Cuando entramos vi a la novia de Mauro sentada. Nos saludó algo sorprendida, con una alegría exagerada como si nos conociéramos de toda la vida. Mauro la miró fijo y, luego de disculparse un momento, se fue con ella a un cuarto. Cerraron la puerta y se quedaron unos minutos. No llegué a escuchar nada de lo que decían, salvo a Mauro decir “Si yo te puedo dar una mano, te la doy. Quedate tranquila…”
Más tarde nos pusimos de acuerdo en que teníamos hambre. Mauro se ofreció para hacer un asado y le pidió a Carla que lo acompañe. Nos quedamos solos con la novia de Mauro.
‒¿Cómo te llamabas che? ‒pregunté. Sin responderme, se acercó a unas de las ventanas.
‒Dame un segundo por favor. ‒Me dijo, y le di más de uno, nunca es uno. Después me miró y dijo:
‒Flaco, no sé de donde conocés a este enfermo de mierda, está loco. Escuchá lo que pasó: Garchamos unas cuantas veces, pero la última el forro se me quedó adentro. Por suerte me lo saqué si tener que ir al hospital. Me sirvió mucho el prospecto de los tampones, donde explica como hacer en caso que el hilo quede adentro. Mauro se puso como loco, me obligó a tomar una pastilla y no acepté. Después le dije que ni en pedo iba a abortar, entonces se puso más loco y empezó a decirme que me tenía que quedar en su casa hasta mi próxima menstruación, que si me iba era capaz de molerme a palos. El hijo de puta me encierra en la habitación y él duerme en esa carpa, ¿la vés? ‒y señaló por la ventana de la pieza‒. Por la noche lo veo alumbrarse a cada rato la cara con una linterna.
‒No deberías tenerle miedo. Es un buen tipo ‒le dije, para tranquilizarla.
‒Te vuelvo a repetir, está completamente loco.
‒¿Y por qué querrías tener un hijo de un loco?
‒Yo nunca me sometería a un aborto, flaco. Si lo tengo que hacer en un lugar que cumpla mínimamente con las condiciones higiénicas, tengo que gastarme un dineral. Me saldría más barato pagarle los estudios al pibe que abortar en un centro clandestino. Después hay otras alternativas, pero es una carnicería. Loco, te pido un favor, necesito encontrar una solución, necesito que hables con Mauro, que intentes convencerlo para que me deje ir. No soporto más sus amenazas.
‒Dale, en algún momento voy a hablar con él. Ahora intentá descansar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario